La épica lucha de Ali y Frazier cumple medio siglo: cinco millones de dólares, 440 golpes y un abismo en el ring

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La pelea que marcó un antes y un después

El 1 de octubre de 1975 se vivió en Manila una de las batallas más legendarias de la historia del boxeo, cuando Muhammad Ali y Joe Frazier se enfrentaron por tercera y última vez. Fue una contienda que abarcó 14 rounds brutales, donde ambos boxeadores se entregaron por completo, buscando no solo un cinturón de campeón, sino el respeto y la supremacía del otro.

Más que un campeonato

En aquella década, el título mundial en la categoría de pesos pesados era considerado el evento deportivo más relevante, incluso sobrepasando la popularidad de ídolos como Pelé. Sin embargo, la contienda entre Ali y Frazier transcendió el ámbito deportivo; era un choque de egos y un enfrentamiento personal. Frazier, cansado del acoso verbal de Ali, llegó a expresar: “No quiero noquearlo. Lo quiero lastimar. Mucho. Si tengo la posibilidad de rematarlo, voy a dar un paso atrás para que respire, para que siga sufriendo. Voy por su corazón”.

Este encuentro, conocido como Thrilla in Manila, se convertía en un epicentro de expectativas, no solo por el dinero en juego —5 millones de dólares de bolsa—, sino por la rivalidad gestada en dos combates previos: el primero en 1971, donde Frazier ganó por decisión, y el segundo en 1974, donde Ali tomó la revancha.

Antecedentes y circunstancias

Ambos peleadores llegaban a esta tercera pelea con un desgaste notable. Frazier había visto mermar su rendimiento por el paso del tiempo y la intensidad de sus combates anteriores, mientras que Ali volvía de una inactividad de tres años debido a su negativa a servir en el ejército de Vietnam, lo que le había hecho convertirse en un boxeador más vulnerable. La pelea, aunque lucrativa, no era necesaria para ambos, ya que ya habían cimentado su legado como leyendas del deporte.

  • Ali: Icono del boxeo y de la cultura pop mundial.
  • Frazier: Destacado campeón, cuyo título había logrado durante la ausencia de Ali.

El clima del encuentro

La pelea se programó para las 10:45 de la mañana para maximizar la audiencia en los Estados Unidos. Los problemas del calor y la falta de costumbre del horario matutino se hacían evidentes, con temperaturas que alcanzaron los 50 grados Celsius sobre el ring. Un público de 26,000 personas llenó el estadio en Quezon City, la mayoría apoyando a Ali.

Ali comenzó la pelea dominando con su estilo ágil y bailando alrededor de Frazier, quien intentaba acortar la distancia y centrarse en su oponente. Los primeros rounds parecían favorables para el campeón del mundo, pero el espíritu indomable de Frazier emergía con fuerza, desafiando pronósticos. Los dos hombres intercambiaron una asombrosa cantidad de golpes, registrando más de 440 impactos durante el encuentro.

El desgaste y la culminación

A medida que la pelea avanzaba, la resistencia de ambos luchadores se ponía a prueba. El round 12 fue considerado una masacre, siendo el más intenso del combate; los boxeadores intercambiaron golpes sin cesar, aunque ambos parecían estar al borde del colapso. Tras el round 14, la fatiga se apoderó de ellos: Ali, exhausto, llegó a pedir a su entrenador que le quitaran los guantes. Pero su entrenador, Angelo Dundee, le recordó que aún quedaban tres minutos por pelear.

Finalmente, el entrenador de Frazier, Eddie Futch, tomó la decisión de detener la pelea mientras su pupilo, cegado por la hinchazón, suplicaba continuar. Frazier había dejado todo en el ring, y Futch, reconociendo su valentía, decidió detener el combate, señalando al árbitro que la pelea había terminado.

Los efectos post-pelea

Ali, alzando el puño en señal de victoria, colapsó sobre la lona después de la pelea. Refiriéndose a la experiencia vivida, comentó que había sido “la experiencia más cercana a la muerte que he conocido”. Para muchos, este enfrentamiento permanece en la memoria como un recordatorio brutal de las exigencias del boxeo profesional. Después de esta pelea, Frazier no pudo recuperarse de su carrera y Ali luchó más, pero nunca recuperaría su antigua gloria. Nadie sale entero del infierno.

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