“Demoliciones Máximo” dinamita, pero no construye

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Amedida que se despeja el polvo de la implosión del primer gobierno frentetodista emergen algunas certezas. En la Nación y en la provincia nadie duda de que Máximo Kirchner fue decisivo para demoler los edificios originales de Alberto Fernández y Axel Kicillof. Aunque en público el botón lo terminó apretando su madre. La mano que mece la cuna se invirtió.

Los relatos son concordantes a ambos lados del Riachuelo. Embarcada en una furiosa carrera para revertir o, de mínima, evitar que se profundice el imprevisto desastre electoral de las PASO en los 40 días que faltan para las elecciones generales, la empresa Demoliciones Máximo (también conocida como La Cámpora) forzó una doble deconstrucciónObligó a presentar renuncias y a armar gabinetes de emergencia, de cuya perdurabilidad y rumbo nadie tiene certezas. La duda domina, tanto dentro del oficialismo como entre los factores de poder, que solo ven incrementar la incertidumbre para después del 14 de noviembre.

Ningún sondeo ni las primeras conclusiones de los grupos focales que realizan los encuestadores más cercanos al oficialismo auguran, por ahora, un horizonte mucho peor que el escenario que se reveló en la dura noche de las primarias, pero nada les permite imaginar un giro de 180 grados en la voluntad de quienes votaron en contra o no fueron a votar. Las vertiginosas y caóticas dos semanas transcurridas después del 12-S agigantaron la imagen de la derrota en lugar de atenuarla. Un logro difícil de superar. No es solo culpa de Fernández (ni de Kicillof), aunque hay que reconocer el esfuerzo puesto para lograrlo.

A quienes conocen de cerca a Máximo Kirchner y a su organización no les sorprende que con su participación estelar se haya conformado el convulsionado paisaje actual, dominado por una administración nacional tan hiperkinética como inconsistente y con un presidente y un gobernador bonaerense hiperdebilitados por la forma en que se les torció el brazo y se los expuso en público. A la rendición le sumaron la humillación en ambos casos. Máximo puso las fichas que faltaban en la máquina de ejecutar de Cristina, dicen convencidos en la Casa Rosada y en La Plata.

“La Cámpora es leninismo táctico. La ‘vanguardia revolucionaria’ sin estrategia”. La aguda e irónica descripción, que pertenece a un intelectual conocedor de la intimidad camporista, encontró su validación fáctica en la crisis que explotó con las PASO. La acumulación de explosivos ya venía gestándose con anticipación y esmero.

Ante la adversidad y el riesgo de que el proyecto político imaginado por Máximo Kirchner y los suyos para varias décadas encalle prematuramente, ahora se potencia el tacticismo congénito. Por eso, el camporismo no aumentó su participación en ninguna de las dos principales administraciones del país y optó solo por mantener los lugares estratégicos de gestión política y administración de caja que ya ocupaba. Cuando su poder no alcanza para sumar, impone su capacidad para vetar. Y la ejerce implacablemente desde las sombras.

También el tacticismo explica la tolerancia a personajes y políticas antitéticas con la cosmovisión y la simbología camporistas, así como la imprevisión de las consecuencias negativas de mediano plazo del proceso de demolición. Todo sea por tratar de llegar en mejores (o no peores) condiciones al 14 de noviembre. “Después, qué importa el después, toda mi vida es el ayer”, dice Naranjo en flor, la excelsa composición de los hermanos Expósito que remite a un abuso. Utopía retrospectiva al palo. El “vamos viendo” recargado. Los proyectos sustentables del camporismo son tan desconocidos como la existencia en su seno de economistas reputados de referencia. Tal vez, no sea solo cuestión de hermetismo.

Por algo, Sergio Massa, un experto calculista, no acompañó esta vez a su socio máximo, como le hubiera gustado y exigía el hijo bipresidencial. La relación se mantiene, pero la neutralidad massista y la negativa a presentar renuncias de los funcionarios del sector abrieron una grieta. Con el argumento de que no quería debilitar más la institución presidencial, el presidente de la Cámara de Diputados prefirió preservar cierta autonomía, para conservar un poder mayor que el que le otorgan los votos que le quedan. El 2023 está muy lejos para anticipar definiciones.

El cortísimo plazo o el presente continuo para ejercer y retener el poder, que encarnan La Cámpora y Cristina Kirchner, domina todo. No importa que “la platita” para hoy amenace con convertirse en más hambre para mañana por una muy probable espiralización de la inflación. Tampoco que la acumulación de internas políticas en el Gobierno y los desequilibrios económicos sigan alejando un acuerdo por la deuda con el Fondo Monetario y aumentando el riesgo de una crisis cambiaria. Lo padece Martín Guzmán, el ministro esmerilado, pero no decapitado (Cristina dixit).

La presentación del presupuesto que hizo la semana pasada su equipo ante banqueros y economistas provocó un sentimiento de compasión (superadas otras reacciones mucho menos benévolas) en algunos presentes. Los funcionarios no pudieron despejar casi ninguna de las dudas que les plantearon sobre la sustentabilidad de algunos cálculos, salvo confirmar la dependencia extrema de lo que quiera hacer con ese proyecto el cristicamporismo. El caso más patético es el de las tarifas. Si no fuera tan grave, la admisión explícita de que el área de energía escapa a su jurisdicción habría resultado enternecedora. Es otra área tercerizada a Demoliciones Máximo, que dinamita ahí los mensajes y señales de moderación o racionalidad que el frentetodismo perdidoso intenta ahora interpretar.

En tal contexto, a nadie extraña hoy que el desconcierto, la desconfianza y la precariedad sean sentimientos hegemónicos dentro de la coalición oficialista. Tampoco que La Cámpora concentre más recelos que nadie.

La mayoría de quienes realizan grupos focales para auscultar la opinión pública encuentran que el recambio en los equipos de gobierno de Fernández y Kicillof y las medidas adoptadas no han tenido un impacto positivo significativo como para modificar el humor social. O, peor aún, generan reacciones negativas por considerarlo puro oportunismo tras la derrota electoral. Eso entre quienes siguen con cierta cercanía los avatares de la política, que son una minoría social. La mayoría opina y define sus preferencias electorales sobre la base de su propia (y dura) realidad cotidiana y algunas imágenes que confirman sus percepciones. Otra cosa son los creyentes, cuya fe es a prueba de hechos y evidencias. Pero están en retroceso. Nadie sabe a ciencia cierta hoy cuánto es el piso de votos del cristicamporismo duro. La caída en bastiones hasta hace nada imbatibles obliga a revisar los cálculos.

La llegada de Manzur es un ejemplo de la discutible incidencia en la opinión pública, al menos hasta ahora, de los cambios realizados en el Gobierno. La mayoría no sabe casi nada acerca del nuevo jefe de Gabinete, pero entre quienes tienen formada alguna opinión abundan consideraciones negativas de muy diversa índole. Quizá su cuantioso patrimonio y su radical conservadurismo en cuestiones de género favorezcan inesperadas confusiones con escándalos de sexo y dinero de su mentor y predecesor en Tucumán, José Alperovich. Un golpe al capital simbólico del cristicamporismo.

No obstante, la llegada de Manzur sí constituyó un elemento fuertemente ordenador y dinamizador en términos de gestión, orientada exclusivamente hacia a la campaña electoral. El 14 de noviembre es el único punto de confluencia de todas las tribus oficialistas.

La conformación de un comando de campaña nacional aceptado (o tolerado) por todos también apunta a mejorar la coordinación, evitar nuevos errores no forzados y controlar a los librepensadores. Sin embargo, nadie confía demasiado en la disciplina de los principales actores del oficialismo y el contexto no facilita los consensos a la hora de algunas definiciones. Más allá del reparto de “platita” y de otros bienes fungibles.

En estas horas se debate la definición del mensaje y la iconografía para la campaña. “La vida que queremos” quedó sepultada por “la vida que tenemos” con que le respondió enojado ese electorado que en las PASO se sintió malamente interpelado por el Gobierno y sus candidatos. Equivocaciones elementales de campaña.

Alerta para opositores

A pesar de los desatinos del oficialismo y del enojo de muchos ciudadanos, varios analistas de opinión pública le dan al Frente de Todos chances de una recuperación en la provincia de Buenos Aires cuya magnitud es una enorme incógnita. Se trata más del producto de los análisis cualitativos que de los relevamientos cuantitativos.

Las expectativas de una recuperación, aunque sea parcial, no se basan exclusivamente en el arsenal de medidas tendientes a mejorar ingresos, la entrega de beneficios, la inauguración de obras y una mejora en la organización de la campaña y de la logística para lograr una mayor participación en las urnas. Pero suman. Como sea, diría Manzur.

La disposición de la maquinaria estatal al servicio de la campaña es un elemento que preocupa a Juntos por el Cambio, aunque hay opiniones divididas al respecto. Entre quienes más transitan el territorio, como el equipo de Diego Santilli, le adjudican una alta incidencia al uso de esos recursos. Otros tienen dudas tanto de la eficiencia de esa maquinaria, como de las actitudes de algunos dirigentes y punteros encargados de la distribución. Los que juegan su nombre al frente de las boletas prefieren evitar el exitismo.

A ese elemento se suma otro motivo de cautela. “No podemos descartar que muchos electores corrijan la pintura que quedó de las PASO, como ocurrió en 2019. El mapa mayoritariamente amarillo puede resultar demasiado para algunos votantes que prefieran verlo matizado. El fracaso macrista es muy cercano, aunque no alcance para perdonar al Frente de Todos”, explican en una encuestadora cuyos trabajos son consumidos por oficialistas y opositores.

Algo similar consideran en una consultora que trabaja en la campaña de un candidato cambiemita: “No necesariamente puede verificarse el efecto arrastre del carro ganador como para que la oposición sume más en porcentajes de lo que ya logró. Hasta podría reducirse. Ya se vio en 2019. Aunque es difícil que se mueva mucho. No hay ganas de premiar a nadie. Abundan, en cambio, las ganas de castigar. Si bien el oficialismo concentra muchos motivos de bronca, casi toda la dirigencia con algún pasado despierta enojos”.

En medio de los escombros que dejó Demoliciones Máximo parece demasiado pretencioso vislumbrar cómo serán los edificios que emergerán o que quedarán en pie después del 14 de noviembre. No hay arquitectos ni urbanistas con certezas. El terreno sobre el que se asentarán es cada vez más frágil.

Fuente: Lanacion

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