Coronavirus en la Argentina: ¿disminuirán los contagios con las temperaturas más altas?

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Al revés de lo que ocurre con las golondrinas, la gripe y los resfríos nos visitan cada otoño e invierno, y se despiden hasta el año siguiente con el ascenso del termómetro. Tal vez por eso, fueron muchos los que se preguntaron si alcanzaría con esperar a que subiera la temperatura para controlar esta pandemia que parece indomable.

La idea flotaba en el ambiente aunque sin pruebas que la respaldaran. Así como en España, en medio de la avalancha de la pandemia, se buscó cierto optimismo en la posibilidad de que la incidencia decreciera cuando llegara el verano en el hemisferio norte (y, de hecho, la época estival coincidió con un descenso de los casos); aquí las autoridades sanitarias advirtieron al comienzo de nuestra epidemia que teníamos que mantenernos en guardia porque estábamos ingresando en los meses de invierno y eso acrecentaría el riesgo de contagio.

Pero atravesados estos meses, lo cierto es que todo parece indicar que ni el frío ni el calor le hacen mella al nuevo coronavirus. «No necesariamente la llegada de la primavera y el verano harán disminuir los contagios -responde el infectólogo Pedro Cahn, integrante del comité de expertos que asesora al Poder Ejecutivo-. Basta con ver lo que pasó en países cálidos, como Ecuador y Brasil (que tuvieron grandes brotes). Algo que podría resultar favorable es el hecho de que la gente tiende a reunirse más en espacios abiertos. Pero al mismo tiempo, se relaja más y olvida las medidas de protección. Veremos cómo sigue todo».

De hecho, la OMS incluye entre sus «mitos sobre el Covid» el de que exponerse al sol o a temperaturas superiores a los 25ºC pueda prevenir la enfermedad. «Se puede contraer Covid-19 por muy soleado o cálido que sea el clima», destaca en su sitio digital.

«Este virus se adaptó muy bien a climas fríos y cálidos; hubo brotes en Islandia y en República Dominicana… No es de esperar que el calor de por sí reduzca la transmisión -coincide el infectólogo Omar Sued, también integrante del comité de expertos-. Obviamente que el tiempo lindo permite estar más en espacios abiertos, lo que reduce la transmisión, en lugar de permanecer en lugares cerrados, que la favorece. Pero lo que se vio en Madrid fue que en pleno verano, la fiestas y, sobre todo, los boliches nocturnos generaron picos en la ciudad. No creo que el calor tenga un impacto directo. Más bien dependerá de lo que hagamos las personas».

Las evidencias reunidas hasta el momento indican que el SARS-CoV-2 puede transmitirse en cualquier condición climática. En España, los rebrotes se multiplicaron durante la ola de calor de finales de julio. Probablemente, porque con el descenso de los contagios se pensó que la pandemia había quedado atrás y se dejaron de lado las medidas de distanciamiento, el uso de barbijos y el lavado de manos. El ocio, las reuniones familiares y las celebraciones que se multiplican después del encierro de los meses fríos contrarrestan los beneficios que puede ofrecer el calor.

«La llegada del verano incrementa dos factores que juegan en oposición. Por un lado, la gente tiende a salir (juntarse) más. Por el otro, se juntan en lugares más abiertos y/o ventilados. Entonces: más juntadas, pero menos hacinamiento -dice Diego Araneo, especialista en Ciencias de la Atmósfera de la Universidad Nacional de Cuyo e investigador del Conicet-. La llegada del verano en el hemisferio norte no creo que haya contribuido en forma significativa a reducir contagios. Me parece que estos dos factores tienden a anular sus efectos entre sí».

El termómetro del virus

Tradicionalmente, los especialistas destacaban que a los virus «les gusta el frío». Cuando la temperatura sube, las gotitas que expelemos se secan mucho más rápido y el virus dura menos, porque tiene una cubierta lipídica que se desestabiliza y pierde capacidad para infectar. Según explica Marcela Echavarría, viróloga del Cemic e investigadora independiente del Conicet, un trabajo publicado en mayo en The Lancet estudió su sensibilidad a diferentes temperaturas y encontró que el coronavirus es muy estable a los cuatro grados, pero sensible al calor. «A los 70 grados, se inactiva en cinco minutos», destaca.

Otra investigación analizó cómo se asociaba el número de reproducción (promedio de personas contagiadas a partir de un caso positivo) con el distanciamiento social, la densidad poblacional y la temperatura en distintos lugares de los Estados Unidos. «No encontraron una asociación lineal entre los 10 y los 22 grados -explica-. Las diferencias que descubrieron las atribuyeron al distanciamiento físico. En definitiva, lo que sabemos fehacientemente es que lo que contagia es estar cerca».

Un dato para tener en cuenta es que existe el peligro de que los mayores, que hasta ahora se estuvieron cuidando y son todos susceptibles, crean que con la baja de casos ya pasó todo y se relajen. «Si todos lo hacen más o menos al mismo tiempo, implicará un rebrote», dice Araneo.

Otro factor importante es la duración del virus en superficies bajo distintas condiciones ambientales. «Se sabe que dura menos en superficies a mayor temperatura y ambiente más seco -agrega el investigador-. Pero creo que la influencia de las condiciones ambientales sobre la permanencia del virus es despreciable frente al comportamiento de la gente».

Y concluye el bioinformático de la Universidad Nacional de Córdoba, Rodrigo Quiroga: «Todo depende de cuánto contagio sea producto de aerosoles. La evidencia que se va acumulando apunta a que es la principal forma de transmisión. Si es así, evitar aglomeraciones en ambientes cerrados será clave, mientras que actividades al aire libre no serían tan peligrosas. Por otro lado, todos los virus respiratorios tienen un efecto estacional y aumentan su contagiosidad en invierno. Para SARS-CoV-2 eso no está tan claro, pero probablemente el verano ayude a bajar el contagio. La contraparte de esto es que parece que los lugares cerrados con aire acondicionado son incluso peores que los ambientes cerrados que carecen de estos equipos». Y agrega: «En el AMBA los casos están bajando, pero para que esa situación perdure en el tiempo es importantísimo que la conectividad social se mantenga o baje. Si aumenta mucho, los casos pueden volver a subir. Sobre todo, es fundamental que se sigan cuidando las poblaciones de riesgo».

Fuente: La nacion

 

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